En el Perú, las ciencias sociales han estado tradicionalmente dominadas por enfoques de orientación marxista y estructuralista-dependentista. Decir esto no es ninguna novedad. El que esto sea así no es malo per se en tanto estas aproximaciones constituyan un programa de investigación progresivo en el sentido de Lakatos, con proposiciones testeables que son corroboradas empíricamente por la evidencia y con teorías capaces de generar hipótesis sugerentes respecto a la dinámica de la sociedad peruana.
Lamentablemente, ello no es así. Buena parte de las ciencias sociales en el país sigue atrapada en aproximaciones de esta naturaleza que poco tienen de científico y que se aproximan más al psicoanálisis, la alquimia y a la astrología que a las ciencias sociales “duras” como la economía o a ciertos sectores de avanzada dentro de la ciencia política y la sociología. En el peor de los casos, no hay investigación alguna y lo que tenemos es puro ejercicio de exegesis de algún texto sagrado, cuando no la simple adopción de alguna ideología radical. Se renuncia a la investigación y se da paso al acto de fe, a la búsqueda de la mejor interpretación del gran libro. Se renuncia a pensar.
Una de las áreas en donde esto se hace más patente en los estudios históricos. Se toma algún marco interpretativo general, y después de eso el resto es ajustar los hechos a la teoría. En el caso peruano, esto ha sido particularmente interesante cuando se ha evaluado el rol de las elites. Para buena parte de la historiografía, las elites han sido las grandes responsables de nuestros problemas de atraso. Uno de los trabajos que contribuyo fundamentalmente a caracterizar a las elites de ese modo es el libro del intelectual francés Francois Bourricaud. Para Bourricaud (y para muchos que lo siguieron después) la elite no eran más que un reducido grupo social carente de proyecto nacional, subordinada al capital extranjero, con valores marcadamente anacrónicos e irracionales desde un punto de vista económico, y que además se caracterizaba ser muy racista y excluyente (ver este trabajo colectivo sobre el tema). Esta visión es la que predomina en el sentido común y es la que el SUTEP se encarga de reproducir todos los días en el sistema de educación pública.
Por suerte, esta visión empezó a ser cuestionada hace ya un tiempo atrás, aunque no lo suficiente como para ser desplazada del sentido común de la gente, en especial de los no iniciados en temas históricos (en particular los periodistas). Desde un tiempo a esta parte, investigadores extranjeros como Paul Gootenberg, Nils Jacobsen y nacionales radicados afuera como Alfonso Quiroz han venido desmontando los lugares comunes establecidos por los dependentistas, en particular ofreciendo una interpretación más balanceada respecto a las virtudes y los errores de las elites. Así por ejemplo, Quiroz tiene un artículo publicado en el Journal of Latin American Studies (edicion de Mayo de 1988) en donde discute el comportamiento de la elite en relación a la diversificación financiera durante el periodo posterior a la guerra con Chile, conocido en la literatura peruana como la “República Aristocrática”. De acuerdo con este autor:
“For the case of Peru there is considerable evidence to support the view that the elite managed quite rationally to finance and promote business considering the economic constraints they faced such as war destruction, foreign competition in the export sector, decline in export prices and the scarcity of venture capital. Qualitative evidence can be quoted to start refuting the idea of an irrational elite. To begin with, leading sectors of the elite had a strong desire to modernise and make more efficient the Peruvian economic base. The concept of 'development' at the time, although basically devoid of notions of income distribution and social welfare, followed nevertheless contemporary capitalist prescriptions: the rationale of generous liberal incentives for capital investment, accumulation and profits to permit the exploitation of natural resources and the expansion of the domestic market.”
Tambien:
“The principal means considered by elite representatives for maximising economic activities were: the liberalisation of state patri- monial prerogatives, the attraction of foreign capital, increased mechan- isation of agrarian and mining activities, the improvement of infra- structure (railways, roads, urbanisation works), huge irrigation projects and the immigration of Europeans, preferably Anglo-Saxons. Definitely the elite was not lacking developmental projects.”
“On a second level of priority, economic policy-makers favoured the mobilisation of traditional properties belonging to the Church, Indian communities and old fashioned rentiers. Monetary expansion in the provinces was sought. Likewise, as immigration efforts failed (instead of German and British immigrants, arrivals consisted of the inevitable Italians and the undesired Asiatics), the integration of the secluded, indigenous population into the national labour force was practised. Communal land ownership pervasive in the highlands was considered 'incompatible with a civilised and progressive life'. The bearer of this opinion, Manuel Vicente Villaran, was a progressive civilista, positivist university professor at Law, who later became Minister of Justice, director and chairman of the Banco del Peru y Londres. He was related by family ties to the coastal cotton export interests of the Sociedad Agricola Cachipampa. Villaran nevertheless recognised that the 'positive' efforts to legislate the suppression of communal property could do little to mobilise rural property in the Peruvian highlands. The independent farmers would not benefit from the process of privatisation of communal properties but rather 'feudalistic' hacendados. Therefore, more economic development was needed before legally dealing with Indian communal lands. Clearly this is a good example of a sound and pragmatic economic argumentation.”
Esta idea de una elite más progresista y menos conservadora puede encontrarse también en el plano social. Un excelente estudio de Carlos Contreras (incluido en su libro “El Aprendizaje del Capitalismo") discute la actuación de la elite civilista en la expansión de la educación pública en las zonas más pobres del país a principios del siglo pasado. De acuerdo con el autor, la educación fue pensada como una estrategia de “inclusión” para la mayoría indígena, dedicada fundamentalmente a actividades de auto-subsistencia. Este programa implicaba extender la acción estatal hacia las zonas rurales, tarea nada sencilla dada la difícil geografía y los pobres sistemas de comunicación existentes en la época. Influidos por el positivismo, los civilistas levantaron un censo escolar en 1902 como primer paso para el desarrollo de su programa. A pesar de las limitaciones fiscales producto de la derrota con Chile, se dispuso la educación elemental gratuita, se invirtió en la compra de insumos educativos (carpetas, pizarras, etc.), se encargo el diseño y la producción de libros de texto y se fundaron escuelas para entrenar maestros para ser enviados al campo.
Lo interesante del proyecto civilista es que fue sin duda muy progresista. El presupuesto público asignado al Ministerio de Justicia, Culto, Instrucción y Beneficencia se multiplico por 16 veces entre 1900 y 1929, y en términos relativos paso a representar el 16.2% del total del presupuesto hacia 1931 (10.6 en 1900). Además, la estrategia civilista se concentró en los departamentos más pobres de la sierra, en donde el crecimiento de la población escolar en primaria fue de 2.75 veces entre 1902 y 1920 (frente a un 1.64 en la costa). Este sesgo pro-pobre de la política educativa cambiaria con la llegada de Leguía al poder, siendo ahora la prioridad los sectores urbanos que servían de clientela política al dictador.
Es interesante notar que los civilistas llevaron a cabo su programa aun en contra de la oposición de la elite gamonal de la sierra, la cual veía en este programa una potencial amenaza a su rol hegemónico en la sociedad rural. El estudio de Contreras discute también como esta ofensiva civilista (complementada luego con el programa indigenista) efectivamente provoco transformaciones en la sociedad rural. Sería interesante estudiar el tema con más profundidad, en particular hasta que punto fueron los civilistas los “redentores” de los indígenas en el Perú y no Velasco como usualmente se cree. Tal vez, luego de décadas de transformaciones en la sociedad rural debida la universalización de la educación, la reforma agraria solo fue el punto final de la eliminación de las relaciones serviles en el campo. Un tema para estudiar.
Para terminar, me parece importante difundir y discutir las nuevas aproximaciones históricas post-dependentistas. Ahora que nos acercamos a la celebración de la independencia, no estaría mal revisar nuestro sentido común respecto al significado de esta. Lecturas como las de Bonilla y Spalding sobre el punto (ver este post del Morsa) podrían matizarse con estudios como el de Quiroz, publicado en un libro editado por Leandro Prado de la Escosura en 1993. Por ejemplo, para Quiroz la independencia tuvo efectos negativos para el país (destrucción de infraestructura y capital fisico, desorden fiscal, etc.) y sostiene que esta destruyo un proceso de modernización que de haber continuado hacia 1850 hubiese permitido el transito a una economía de exportación moderna. Para seguir pensándolo.