Me llega por facebook una invitación para participar en una marcha en contra Hugo Chávez. El texto de la misma dice lo siguiente:
“Me animé a lanzar esta invitación porque Chávez es una amenaza contra Sudamérica entera. En mi opinión, su locura nos va a llevar a una Primera Guerra Sudamericana. Cuenta con dos títeres que amenazan no sólo la seguridad de Colombia, sino la nuestra también: Bolivia y Ecuador. Y hay un Chile muy interesado en que esto suceda. No se trata, sólo, de la solidaridad con el pueblo colombiano; se trata de la solidaridad con los pueblos venezolano (atrapados por este loco) e, incluso, del ecuatoriano y boliviano, atrapados, también, por otros dos dementes. Hay que movilizarnos. Espero encontrarlos allí, a las 12 del día, éste viernes, en el Ovalo de Miraflores.”
De un tiempo a esta parte se ha vuelto lugar común en el Perú caer en una suerte de reduccionismo ideológico, misma película de vaqueros en donde solo hay buenos y malos. El gran problema es que este tipo de reduccionismo se encuentra en todos lados, en la izquierda que encuentra un plan maquiavélico de Garcia en sus artículos sobre el Perro del Hortelano, o en la derecha conservadora que mira a las ONG como agitadoras y/o manipuladoras del movimiento indígena. Cuando no hay capacidad de ver los matices, los grises y no solo los blancos y negros, no queda mucho espacio para el dialogo y la generación de consensos.
Una consecuencia de aquello es la incapacidad de ver al otro en su real dimensión. Por un lado se suele obviar que en política importan más grupos con intereses específicos que un individuo en particular y por otro se demoniza al individuo, quedándose con una imagen grotesca del mismo. Así por ejemplo, el problema es García y se olvida que existen un conjunto de grupos de interés que están detrás de él, ya sea a favor o en contra de sus decisiones de política, los cuales imponen restricciones a su accionar. Por otro lado, García o Chávez son casi como seres malignos, “dementes” o “locos” que tienen atrapados a sus pobres pueblos, como si fuesen sus características personales extremamente importantes desde el punto de vista político.
Por suerte, la realidad suele ser más compleja de lo que este tipo de lógica simplificadora sugiere. Cada vez que me encuentro con este tipo de argumentos en contra de Chávez, recuerdo aquella vez que tuve la oportunidad de charlar por unos minutos con él durante la cumbre de las Americas de Monterrey, allá a principios del 2004. Yo estaba allí porque había ganado un concurso de ensayos de la OEA y el premio consistía en participar como invitado especial en la cumbre. En uno de los tantos breaks durante la cumbre, me acerque a él con otro de los ganadores del concurso. Yo me esperaba un tipo vertical y acostumbrado a las jerarquías, dada su carrera militar. Nos causó sorpresa encontrarnos con un tipo sencillo, sin poses, amable y cordial, que se dio tiempo para charlar con un par de estudiantes en medio de tanta gente poderosa. Paso buen tiempo halagando la comida peruana, las maravillas del Peru y hablando de la belleza de la mujer venezolana. No hablo de política, cosa que a nosotros tampoco nos interesaba mucho. Después de todo, esto era un break de una cumbre política. Era un tipo que hablaba con todo aquel que se le acercara.
Al día siguiente, en otro break, me lo volví a topar en una circunstancia curiosa. Había terminado una sesión larga, y corrí a los servicios higiénicos. De pronto, termine en una cola en la cual estaban por lo menos 3 presidentes de la región, haciendo una fila india para usar los urinarios. En eso entra Chávez, se sorprende con la longitud de la cola y suelta un epa y una carcajada, la cual es compartida por todos los presentes. La persona que estaba antes que él le ofrece cederle su lugar, a lo cual Chávez responde: “Oiga, ¡aquí en el baño no hay presidentes! “. Toda la gente se empezó a reír. Chávez hizo su cola, como todos, en el único lugar en donde parece que no funcionan las jerarquías y el poder no importa: el baño.
Distinta sensación me dejó Lula. Obrero, líder sindical y socialista, pero distante, parco y hasta sobrado. Recuerdo que una persona pretendió acercársele durante uno de los breaks, pero él le hizo una seña para que no lo hiciese. El estaba solo frente a una mesa de bocaditos. Supongo que no quería ser molestado mientras se servía algo de la mesa, pero notar ello me dejó mala espina. Al día siguiente nos acercamos, le hicimos algunas preguntas sobre Brasil, pero el solo respondía parcamente. Nos tomamos una foto con él y nos fuimos con algo de desazón.
A mi vuelta de Monterrey, le comente mi experiencia con Chávez a un funcionario del Banco Mundial que trabajaba en la oficina del Banco en Venezuela, a quien tuve la suerte de conocer cuando estaba en Voces Nuevas, un proyecto de la oficina subregional andina del Banco con jóvenes. El me confirmó las impresiones que tuve de Chávez, en el sentido de que era un tipo diferente ante el gran público que en privado.
Allí entendí algo que el profesor Adolfo Figueroa solía decir en clase: no hay que confundir a la persona con el personaje. Figueroa criticaba implícitamente a algunas versiones vulgares del marxismo que tendían a demonizar a los capitalistas caracterizándolos como seres malvados y crueles, cuando en su entender solo cumplían el rol que les correspondía en una sociedad capitalista. Figueroa solía decir que los capitalistas no tenían nada personal con los trabajadores, podían ser hasta los padrinos de los hijos de estos últimos, pero eso no cambia en nada la naturaleza de la explotación en el sistema capitalista. Al final los capitalistas solo actuaban según las reglas del capitalismo. Actuaban según el personaje que les había tocado representar.
Desde entonces, cada vez que por casualidad veo en las noticias algún discurso de Chávez, no puedo evitar pensar que es el personaje el que está hablando. Y ciertamente, el personaje cae mal por muchas razones, tanto que un rey término mandándolo a callar. Por eso, más que demonizar a Chávez, creo que lo que corresponde es cuestionar los resultados de sus políticas, como alguna vez lo he hecho en el pasado. No tengo nada personal contra Chávez, por el contrario el tipo me cayó muy bien. Creo que haríamos bien si dejamos de pensar que el problema son las personas como Chávez y García, y entendemos que lo que observamos son solo personajes, producto de la dinámica política concreta que enfrentan. Ni demonios ni santos.
Habiendo sido tildado de neoliberal innumerables veces, dudo mucho que alguien me crea un defensor de Chávez (y mucho menos de su socialismo del siglo XXI) por lo aquí escrito. Pero ante tanto reduccionismo con el que uno se encuentra por ahí, me provocó contar mi experiencia con la persona de marras. Del personaje ya se ha escrito demasiado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario