Incomprensión de los mercados laborales en el mundo en desarrollo
En los ejemplos que Carlín utiliza implícitamente se asume que los mercados laborales en los países desarrollados funcionan en manera similar a los de los países en desarrollo. Hace bastante tiempo que los economistas reconocemos las diferencias. Por ejemplo, en el Perú, el profesor Adolfo Figueroa ha elaborado modelos de equilibrio general que incluyen mercados laborales para economías sobre-pobladas. La idea básica es que, al nivel presente de desarrollo capitalista, los mercados laborales en los países en desarrollo funcionan con excedentes de fuerza de trabajo que se encuentran en el sector de autoproducción. En su propuesta, Carlin parece reducir el problema al tema del desempleo cuando lo central en el capitalismo subdesarrollado en la naturaleza de la inclusión en el mercado laboral. Es el desarrollo tecnológico el que expulsaría a los trabajadores al desempleo por lo que la reducción de la jornada permitiría re-integrarlos.
Pero esta visión ingenua del desarrollo capitalista obvia el hecho de que hay amplios sectores en los cuales el desarrollo de las fuerzas productivas (para ponernos en jerga marxista) no ha permitido la creación de asalariados. Si esto es así, entonces difícilmente la reducción de la jornada laboral contribuirá a cambiar la situación. Me imagino a Carlín diciéndole a un campesino pobre de Huancavelica que debe reducir sus horas de trabajo en su chacra y que sus hijos, que también trabajan en la misma, también deben hacer lo mismo porque si no lo hacen, los otros trabajadores del mundo tampoco lo harán. Probablemente estos solo se rían de la sugerencia (o molesten, teniendo en cuenta que la reducción de la jornada probablemente empeore sus condiciones de vida), aunque para Carlín seguro se tratará de otros “ciegos” que no ven la genialidad de su propuesta.
El problema es que Carlín parece ver el mundo como si tratase de un mundo en donde la producción se realiza en fábricas. Por lo menos, eso se desprende de los ejemplos a los que suele recurrir para explicar y defender su propuesta. En su historia siempre hay un trabajador y un capitalista, y se asume implícitamente que el capital humano no tiene incidencia. Entonces, el incremento de la productividad se debe a la incorporación de nueva tecnología que termina generando desempleo. La solución: en vez de despedir trabajadores, hay que reducirles la jornada.
A pesar de simplicidad (o simpleza), esta historia obvia demasiados factores. En primer lugar, obvia que los mercados laborales funcionan con desempleo y subempleo. Como algunos teóricos marxistas de talla han sugerido, el desempleo funciona como un mecanismo de disciplina laboral (ver este artículo de Samuel Bowles publicado en el American Economic Review en 1985). Adolfo Figueroa ha señalado en la misma dirección que el subempleo cumpliría la misma función para el caso de los países en desarrollo (ver el documento “La naturaleza del mercado de trabajo”). La idea básica es que este mecanismo permite la extracción del excedente. No se trata pues de un asunto de buenos deseos. La reducción de la jornada no eliminara el desempleo ni el subempleo porque estos mecanismos son parte de las características básicas de la operación del capitalismo.
En segundo lugar, obvia la dotación de capital humano de los trabajadores. Mientras que en el ejemplo del obrero en las fábricas uno podría argüir que la dotación de capital humano es homogénea, eso dista de lo que pasa en la realidad. En el modelo de Figueroa (ver su reciente “A unified theory of capitalist development”), los trabajadores tienen diversas dotaciones de capital humano. Los trabajadores con baja dotación de capital humano (los trabajadores-z en su denominación), terminan siendo excluidos al sector pre-capitalista. ¿Cuál es la implicancia de esto? Buena, la que había adelantado en mi ejemplo del campesino pobre de Huancavelica. Los campesinos, al igual que los demás trabajadores y autoempleados, tratan de hacer lo mejor posible dadas las restricciones que enfrentan. Difícilmente la reducción de la jornada tenga que ver de algún modo con lo que es mejor para ellos.
Esto me lleva al tercer punto: la heterogeneidad de intereses de los trabajadores. Si los trabajadores laboran en distintos sectores con distintos niveles de productividad y de dotación de capital humano, los problemas de acción colectiva que tendrían que resolverse para iniciar una acción de escala global como los que sugiere Carlín son casi imposibles de resolver. Ya Mancur Olson, quien fuera profesor en la Universidad de Maryland en College-Park, sugirió en los 60s que la solución de problemas de acción colectiva requiere que el tamaño de los grupos sea pequeño. Notemos que, a diferencia del capitalismo existente durante la implementación de la jornada de 8 horas, el capitalismo actual es largamente más complejo y diverso. La “complejización” del capitalismo obviamente ha estado asociada a la “complejización” del mercado laboral. Esta complejización hace mucho más agudos los problemas de acción colectiva dada la heterogeneidad que induce en los intereses de los trabajadores.
Por otro lado, Carlín desconoce gravemente la historia detrás de la implementación de la jornada de 8 horas, lo cual es importante entender para evaluar la factibilidad de su propuesta. En su visión, pareciera que la jornada de 8 horas se logró exclusivamente por las luchas del movimiento obrero, lo cual dista mucho de lo que ocurrió en realidad. Sin duda, la movilización de los obreros (que nunca fue general, sino más bien focalizada) cumplió un rol importante. Sin embargo, esta historia obvia que dicha conquista se dio en un contexto particular y que las condiciones que permitieron la implementación de la jornada de 8 horas no necesariamente tienen que existir hoy. Así por ejemplo, es importante tener en cuenta los incentivos de los partidos políticos emergentes en ese contexto. David Collier y Ruth Collier escribieron un clásico al respecto, Shaping the Political Arena, en el que estudian el surgimiento de los partidos de masas en América Latina en el contexto en el cual en muchos de estos países extendieron el derecho a la jornada de 8 horas. La idea, resumida, es que la movilización obrera, que entre otras cosas incluía la demanda por las 8 horas, estuvo asociada con el surgimiento de partidos interesados en canalizar la inclusión de las masas en la arena política con el objetivo de asumir posteriormente su representación. Es en este contexto particular en el que se logra, por ejemplo, la extensión del derecho al sufragio en varios países latinoamericanos. ¿Estamos en un contexto similar en donde existen otros agentes interesados en reducir la jornada o cederla como parte de una transacción politica? No lo sé, pero el autor de la propuesta parece asumir que el asunto es bastante fácil puesto que se trata de “…una medida sencilla, sin costo, de resultados inmediatos y universales…”.
Hasta ahora, me quedo con la impresión que cuando Carlín dice que su propuesta es simple, se debería referir no a su implementación, sino mas bien a la propuesta misma, que más que simple, es simplona.
(CONTINUA)
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